miércoles, 16 de marzo de 2011

Cómo nacieron las armas de fuego



El invento de la pólvora trajo como  consecuencia natural el invento de  las armas de fuego.   

Se cerraba una época y nacía otra: el noble caballero enfundado en su  armadura podía ahora ser abatido  por un humilde soldado, y los castillos almenados ya no constituían refugios seguros e inexpugnables,  pues podían ser demolidos por los  grandes proyectiles de la artillería.  La forma de los primeros cañones  era semejante a la de un jarrón que  se estrechara en su boca. Medían  aproximadamente un metro, se colocaban sobre un sólido soporte de  madera, y se cargaban con pólvora  y con un grueso proyectil. El antiguo artillero aproximaba una llama  al fogón (es decir, a un agujero  practicado en el extremo posterior  del cañón) provocando así la explosión de la pólvora y la salida del proyectil. Muy pesados, ruidosos y  de difícil manejo, los cañones resultaban también muy peligrosos para quienes los maniobraban: estallaban con bastante frecuencia, sembrando la muerte y la destrucción. De ahí que la infantería los mirase con recelo.

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